INTERESANTE TEXTO SOBRE LA EXPRESIÓN LA CHINGADA... MUY USADA EN MÉXICO.
(TOMADO DEL LIBRO EL LABERINTO DE LA SOLEDAD. OCTAVIO PAZ)
¿Quién es la Chingada? Ante todo, es la madre. No una madre de carne y
hueso, sino una figura mítica. La Chingada es una de las representaciones
mexicanas de la Maternidad, como la Llorona o la "sufrida madre
mexicana" que festejamos el diez de mayo. La Chingada es la madre que ha
sufrido, metafórica o realmente, la acción corrosiva e infamante implícita en
el verbo que le da nombre. Vale la pena detenerse en el significado de esta
voz.
En la Anarquía del lenguaje en la América española, Darío Rubio examina el
origen de esta palabra y enumera las significaciones que le prestan casi todos
los pueblos hispanoamericanos. Es probable su procedencia azteca: chingaste es
xinachtli (semilla de hortaliza) o xinaxtli (aguamiel fermentado). La voz y sus
derivados se usan, en casi toda América y en algunas regiones de España,
asociados a las bebidas alcohólicas o no: chingaste son los residuos o heces
que quedan en el vaso, en Guatemala y El Salvador; en Oaxaca llaman chingaditos
a los restos del café; en todo México se llama chínguere o, significativamente,
piquete al alcohol; en Chile, Perú y Ecuador la chingana es la taberna; en
España chingar equivale a beber mucho, a embriagarse; y en Cuba, un chinguirito
es un trago de alcohol.
Chingar también implica la idea de fracaso. En Chile y Argentina se chinga
un petardo, "cuando no revienta, se frustra o sale fallido". Y las
empresas que fracasan, las fiestas que se aguan, las acciones que no llegan a
su término, se chingan. En Colombia, chingarse es llevarse un chasco. En el
Plata un vestido desgarrado es un vestido chingado. En casi todas partes
chingarse es salir burlado, fracasar. Chingar, asimismo, se emplea en algunas
partes de Sudamérica como sinónimo de molestar, zaherir, burlar. Es un verbo
agresivo, como puede verse por todas esas significaciones: descolar a los
animales, incitar o hurgar a los gallos, chunguear, chasquear, perjudicar,
echar a perder, frustrar.
En México los significados de la palabra son innumerables. Es una voz
mágica. Basta un cambio de tono, una inflexión apenas, para que el sentido
varíe. Hay tantos matices como entonaciones: tantos significados como
sentimientos. Se puede ser un chingón, un Gran Chingón (en los negocios, en la
política, en el crimen, con las mujeres), un chingaquedito (silencioso,
disimulado, urdiendo tramas en la sombra, avanzando cauto para dar el mazazo),
un chingoncito. Pero la pluralidad de significaciones no impide que la idea de
agresión en todos sus grados, desde el simple de incomodar, picar, zaherir,
hasta el de violar, desgarrar y matar se presente siempre como significado
último. El verbo denota violencia, salir de sí mismo y penetrar por la fuerza
en otro. Y también, herir, rasgar, violar cuerpos, almas, objetos, destruir.
Cuando algo se rompe, decimos: "se chingó". Cuando alguien ejecuta un
acto desmesurado y contra las reglas, comentamos: "hizo una
chingadera".
La idea de romper y de abrir reaparece en casi todas las expresiones. La voz
está teñida de sexualidad, pero no es sinónima del acto sexual; se puede chingar
a una mujer sin poseerla. Y cuando se alude al acto sexual, la violación o el
engaño le prestan un matiz particular. El que chinga jamás lo hace con el
consentimiento de la chingada. En suma, chingar es hacer violencia sobre otro.
Es un verbo masculino, activo, cruel: pica, hiere, desgarra, mancha. Y provoca
una amarga, resentida satisfacción en el que lo ejecuta.
Lo chingado es lo pasivo, lo inerte y abierto, por oposición a lo que
chinga, que es activo, agresivo y cerrado. El chingón es el macho, el que abre.
La chingada, la hembra, la pasividad pura, inerme ante el exterior. La relación
entre ambos es violenta, determinada por el poder cínico del primero y la
impotencia de la otra. La idea de violación rige oscuramente todos los
significados. La dialéctica de "lo cerrado" y "lo abierto"
se cumple así con precisión casi feroz.
El poder mágico de la palabra se intensifica por su carácter prohibido.
Nadie la dice en público. Solamente un exceso de cólera, una emoción o el
entusiasmo delirante, justifican su expresión franca. Es una voz que sólo se
oye entre hombres, o en las grandes fiestas. Al gritarla, rompemos un velo de
pudor, de silencio o de hipocresía. Nos manifestamos tales como somos de
verdad. Las malas palabras hierven en nuestro interior, como hierven nuestros
sentimientos. Cuando salen, lo hacen brusca, brutalmente, en forma de alarido,
de reto, de ofensa. Son proyectiles o cuchillos. Desgarran. Los españoles
también abusan de las expresiones fuertes. Frente a ellos el mexicano es
singularmente pulcro. Pero mientras los españoles se complacen en la blasfemia
y la escatología, nosotros nos especializamos en la crueldad y el sadismo. El
español es simple: insulta a Dios porque cree en él. La blasfemia, dice
Machado, es una oración al revés. El placer que experimentan muchos españoles,
incluso algunos de sus más altos poetas, al aludir a los detritus y mezclar la
mierda con lo sagrado se parece un poco al de los niños que juegan con lodo.
Hay, además del resentimiento, el gusto por los contrastes, que ha
engendrado el estilo barroco y el dramatismo de la gran pintura española. Sólo
un español puede hablar con autoridad de Onán y Don Juan. En las expresiones
mexicanas, por el contrario, no se advierte la dualidad española simbolizada
por la oposición de lo real y lo ideal, los místicos y los pícaros, el Quevedo
fúnebre y el escatológico, sino la dicotomía entre lo cerrado y lo abierto. El
verbo chingar indica el triunfo de lo cerrado, del macho, del fuerte, sobre lo
abierto.
La palabra chingar, con todas estas múltiples significaciones, define gran
parte de nuestra vida y califica nuestras relaciones con el resto de nuestros
amigos y compatriotas. Para el mexicano la vida es una posibilidad de chingar o
de ser chingado. Es decir, de humillar, castigar y ofender. O a la inversa.
Esta concepción de la vida social como combate engendra fatalmente la división
de la sociedad en fuertes y débiles. Los fuertes los chingones sin escrúpulos,
duros e inexorables se rodean de fidelidades ardientes e interesadas. El
servilismo ante los poderosos especialmente entre la casta de los
"políticos", esto es, de los profesionales de los negocios públicos
es una de las deplorables consecuencias de esta situación. Otra, no menos
degradante, es la adhesión a las personas y no a los principios. Con frecuencia
nuestros políticos confunden los negocios públicos con los privados. No
importa. Su riqueza o su influencia en la administración les permite sostener
una mesnada que el pueblo llama, muy atinadamente, de "lambiscones" (de
lamer).
El verbo chingar maligno, ágil y juguetón como un animal de presa engendra
muchas expresiones que hacen de nuestro mundo una selva: hay tigres en los
negocios, águilas en las escuelas o en los presidios, leones con los amigos. El
soborno se llama "morder". Los burócratas roen sus huesos (los
empleos públicos). Y en un mundo de chingones, de relaciones duras, presididas
por la violencia y el recelo, en el que nadie se abre ni se raja y todos
quieren chingar, las ideas y el trabajo cuentan poco. Lo único que vale es la
hombría, el valor personal, capaz de imponerse.
La voz tiene además otro significado, más restringido. Cuando decimos
"vete a la Chingada", enviamos a nuestro interlocutor a un espacio
lejano, vago e indeterminado. Al país de las cosas rotas, gastadas. País gris,
que no está en ninguna parte, inmenso y vacío. Y no sólo por simple asociación
fonética lo comparamos a la China, que es también inmensa y remota. La
Chingada, a fuerza de uso, de significaciones contrarias y del roce de labios
coléricos o entusiasmados, acaba por gastarse, agotar sus contenidos y
desaparecer. Es una palabra hueca. No quiere decir nada. Es la nada.
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