sábado, 6 de septiembre de 2014

El Hombre del Sombrero (Cuento)

EL HOMBRE DEL SOMBRERO


Todos le decían el Enfermo, era un señor elegante pero de aspecto misterioso, cuando llegaba a las sastrerías saludaba de manera efusiva pero nunca daba la mano. Hablaba siempre de cosas raras e incomprensibles que tenían que ver con cosas de la política o con gobernantes excéntricos. Nunca lo vimos comer ni beber, jamás acompañado de alguien, se presentaba de repente en los talleres de la cuadra, y así como aparecía, desaparecía… pero no era un ningún espíritu, o algo parecido. Aunque  nadie nunca miró que él se iba o se alejaba, cuando regresábamos a mirar, él ya se había ido.
A veces le pasábamos cosas de comer, y él las recibía, pero nunca las degustaba, las dejaban en algún lugar, pero éstas ya no eran las mismas, cuando las íbamos a retirar para botarlas, habían perdido su color natural, y aparecían insípidas y deslucidas como viejas o pasadas, era como si solo hubiera tomado o absorbido solo su Chactis potencial, o esencia de ellas, y el resto lo hubiera despreciado
Vestía solo trajes de color habano claro, con camisa blanca, zapatos cafés claros, sombrero blanco clásico. Nunca supimos de dónde venía, o dónde vivía, porque sobre esto nunca obtuvimos respuesta, ni nadie nos comentó al respecto. Cuando le preguntábamos sobre este asunto, el respondía que era de cualquier parte donde hayan conflictos mayores, soy de cualquier sitio, no tengo lo que ustedes llaman patria o nacionalidad, respondía. Entre nosotros como trabajadores de las sastrerías de la cuadra,  nos pasamos varias impresiones sobre él,  pero nadie sabía más de lo que todos nos contábamos.  Algunos decían que apareció el mismo día que un poeta se posesionaba de Presidente en un país vecino en el 82, y que luego   desapareció de la cuadra, días antes de la toma del Palacio de Justicia…
 Dicen que por esos días, retiró un traje marrón claro en el taller de Guillermo, pagó,  y salió.
Algunos lo recuerdan como a un hombre de piel extremadamente pálida,  y en las mejillas y la frente algunas manchas rosadas, otros lo recuerdan por la ligereza de sus manos que cuando hablaba, las  movía como aspas de ventilador…Otros lo recuerdan por el olor de una loción a rosas que usaba, o por la  fuerza  de su mirada.
Cuentan los sastres, que cuando le tomaban las medidas de sus prendas, porque unos cosían sus chaquetas, otros los pantalones, otros las camisas…las medidas habían de ser  rectificarlas varias veces porque siempre fallaban. Algunas veces su tórax medía 108 centímetros,  y otras 90; las mangas de sus pantalones a veces medían l05, y otras 115 centímetros…A veces lo veían gordo, y otras flaco; a veces lo veían grande, y otras veces  pequeño.
Decían que a ratos lo veían translúcido… Pero lo que todos aseguraban,  era que tenía aspecto enfermo, y  que sufría de varias enfermedades, como: leucemia, hipoglucemia, raquitismo extremo, anemia… pero otros decían que era normal, o cuajado. Cuando llegaba a las sastrerías del sector se paseaba de un lugar a otro, casi nunca estaba quieto o callado, siempre en movimiento y hablaba de cosas increíbles,  como aquello de: que en un futuro en un país vecino, ofrecerían trabajo a los jóvenes, y luego aparecían muertos vestidos de soldados… O que los enamorados regaban acido a la cara de sus novias para que nadie más las pretendiera.
Nadie supo nunca dónde vivía,  a pesar de que habitábamos en un pueblo pequeño. Nadie supo dónde estaba  su casa, no le conocieron padres, esposa, hermanos, o hijos... Apareció un día en el pueblo,  y otro día, desapareció, ni tampoco supieron su nombre, en los libros de las sastrerías se hacía anotar como el Señor X.
Guillermo el último sastre que lo vio,  dice: que este día llegó a tocar a su puerta a  primera hora de la mañana, que él se levantó sorprendido para mirar a ver quién era, pero que varias veces se asomó a través de la ventana,  y que no vio a nadie, pero que los golpes en la puerta seguían repitiéndose.
Que luego, cuando abrió la puerta, apareció en la puerta el hombre del sombrero, y le comentó que iba a retirar la prenda en encargo, porque tenía que viajar a cierta capital de un país, y en lo posible, trataría de buscar una entrevista con el poeta Presidente, para hablar sobre un hecho desastroso que estaba por ocurrir, relacionado con un genocidio, y que si él podía evitarlo sería el triunfo de la razón sobre la impiedad y la barbarie.
Pero nadie le creía lo que aquel hombre decía, otras veces contaba que en otro país vecino llegaría al poder un Coronel, que nacionalizaría la producción del petróleo, y que este mismo diría: Que es el mismo Simón Bolívar reencarnado…Quienes miraron los hechos del Palacio por televisión, contaban que primeramente el hombre del sombrero, apareció en pantalla pidiendo a gritos la negociación del conflicto, que en otras imágenes aparecía llevando o sacando al hermano del presidente, en otras cargando heridos y  tirando camillas… Y en otras, aparecía poniendo el pecho a las balas de los cañones, pero que luego de los dos primeros días del conflicto, nadie lo volvió a ver…
Así era él, aparecía y desaparecía… Cierto día, en el parque contiguo a la cuadra apareció  una estatua muy  parecida a la del hombre del sombrero, al mismo cliente que nos visitaba en las sastrerías…Lo raro de esta estatua es que cuando hace sol parece translúcida o transparente; y cuando hace viento, parece que sus manos se mueven como aspas… Desde hace días, una fragancia de rosas invade la cuadra, y en el parque, donde antes no crecía nada, ahora se abren rosas del tamaño de un platanal. Lo raro,  es que la estatua presenta una abertura redonda a la altura del pecho, como si una bala de cañón viejo la hubiera atravesado…

Cuando llueve, la estatua toma todos los colores claros que el vestía… Y el sol, aprovecha a veces la abertura para pasar por el hueco, y descansar  un rato, sentado en alguna de las bancas del parque...
Edward Belloum. 012.








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