EL DESAHUCIADO
Salí del
consultorio triste, al parecer mi mundo o vida tendría un final cercano. Diagnóstico de cáncer en el Páncreas, con
consecuencias inmediatas…muerte irremediable. Con reserva el médico dijo: que si el tratamiento daba resultado, podría mejorar y
vivir un tiempo más, por lo cual
recomendó seguir una dieta baja en grasas y comida irritante, evitar el consumo
de carnes, cero alcohol, y mantenerme en clima frío. De eso acá,
han corrido once meses.
El
diagnóstico aunque definitivo, no me
tomaba de sorpresa, desde hace meses la vida se me había convertido en un calvario
de dolencias, propias o impropias a mi
edad bordeada por los sesenta. Dolencias
tales que me habían obligado a alejarme
de la buena comida, las diversiones, y
en consecuencia: del licor, y de otros placeres…por
lo cual, las recomendaciones del médico sobraban.
Cuando me
encontré fuera del consultorio, no sentí ganas de tomar el auto que había
dejado en el parqueadero del edificio, ni busqué el ascensor. Bajé desde el
cuarto piso por las gradas
comparando mientras bajaba, cada grada con la extinción de mi vida…Como cada grada
en su bajar, me acercan al sepulcro… En la calle, pensé en echar un vistazo por
algún negocio de ataúdes para mirar si me gustaba alguno, y por adelantado arreglar los “pre exequiales”... Entre otros, pasaba por mi mente la situación de las
herencias, sucesiones, valores, negocios
y cien cosas más… y me decía: que en lo posible arreglara todo para evitar
sorpresas, y confusión y disgusto entre
los herederos.
Tomando la calle, comencé a caminar sin rumbo definido. Miraba a
la gente que encontraba a mi paso, y me preguntaba: que si las personas de edad
que encontraba, tendrían también alguna enfermedad incurable. Desde aquel
diagnóstico, comencé a hacer un nuevo replanteamiento de la vida.
Fue como
mirar las cartas sobre la mesa, y
concluir que mi suerte estaba echada, y que no tenía más posibilidades.
Miraba a los
jóvenes, y de cierta manera los contemplaba extasiado
en sus años maravillosos, en sus risas y movimientos ligeros y descomplicados, en la fuerza de sus
pasos y de sus articulaciones, en la belleza de sus cuerpos. También miraba a la gente adulta… angustiados,
caminando rápido, buscando tal vez
cumplir sus citas y sus responsabilidades propias de sus trabajos y de
su supervivencia. Por mi parte me había propuesto un objetivo, cuál era el de
arreglar lo que se pudiera en el menor tiempo posible.
Miraba a los
ancianos cómo se desplazaban con esfuerzo y penalidad en sus muletas o con la
ayuda de sus familiares… Algunos cuadros
humanos que encontraba a mi paso, me resultaban realmente angustiantes. Por
cierto, escuché la conversa de dos ancianos cerca de una iglesia y entre ellos
solo comentaban situaciones relacionadas con la enfermedad, con el tratamiento;
y en sus caras, se reflejaba la huella
de sus penalidades.
Pensaba tal
vez, que algunos ancianos no tenían otro
tema más para comentar: que sobre sus
enfermedades, curaciones, droga y otros... Y que sus lugares de encuentro, se
reducían a las clínicas y hospitales, parques o iglesias.
Miré como un
hombre ya muy maduro, tiraba granos a las palomas de una plazoleta… nunca me había
preguntado sobre ello… Qué ganaba, o qué
esperaba ganar aquel hombre con su aparente o dedicada generosidad.
Desde hace
muchos años, casi no pisaba o caminaba por las calles… es distinto mirar el
mundo desde el auto, sintiendo como éste se convierte en parte de nuestro cuerpo, y nos lleva con un mínimo de esfuerzo
a los sitios requeridos, y más, cuando se dispone de
un conductor… Situación de apremio que presenta mayor ventaja… Que el tener que arrastrar los pies por las
calles sorteando todo tipo de obstáculos y peligros reservados para peatones.
Crucé calles, luces de semáforo que desde hace mucho no había
cruzado. Recordé y volví a poner en práctica las piruetas y los afanes propios
del peatón para pasar a la otra acera en un tiempo determinado.
Recordé los
empujones de algunos que pasaban afanados, los gritos propios de las calles,
las caras ansiosas y tristes de algunos vendedores callejeros... Me encontré con pregoneros que invitan al posible cliente a entrar en los locales de
venta de mercancías sin ningún compromiso, miré los ojos atentos de los vigilantes
queriendo identificar entre los compradores al cliente indeseable, en fin, me
encontré con los habitantes de la calle, unos y otros… con los que sobrevivían con las
monedas que les dejaba la caridad pública…Un cuerpo sin manos ni piernas
arrimado a una pared, recibía jugo tal vez de un peatón condolido.
En fin,
traté de rodearme de aquellas escenas muchas veces grotescas de las calles que
ya casi había olvidado. En mi recorrido, luego de arrimarme a una y otra
promoción de artículos sólo por curiosidad, y casi sin darme cuenta, terminé en
otro parque que colindaba con la zona de perseverancia.
Algunas mujeres
ya desde esas horas de la media mañana, trataban de lucir sus encantos entre
los transeúntes. Unas con vestidos cortos y
blusas escotadas lucían sus piernas y sus pechos. Igualmente, en la
cuadra desfilaban otros y otras que
querían parecerse a las primeras,
también insinuantes a la caza o pesca de algún cliente oportuno…
En un gesto
rápido y disimulado, comencé a quitarme todo lo de valor que llevaba encima
para no llamar la atención, como reloj, cadena y otros, y los guardé en una
bolsa que recibí con la compra de unos dulces que compré en un lugar cercano. Lo cierto,
era que quería mirar aquellas escenas de las gentes que ya casi había olvidado. Me quedé en la esquina del otro lado de la cuadra desde donde comenzaba el espectáculo
de cuerpos, piernas y pechos. Sentía que
algunas me miraban con ojos ansiosos, como queriendo encontrar en mí a un posible cliente. Otros
eran los mismos delincuentes de la cuadra que me podrían identificar
como a una posible víctima.
Entre todos
esos cuerpos desperdiciados o dados al placer de la vida, reparé en una chica
que se paseaba cerca de la esquina, y como otras mostraba a través de su escasa
ropa sus encantos.
Diecinueve
años, tal vez. Alta, cuerpo bien configurado, ojos tirando a lo claro de mirar
ingenuo y triste, cabello negro rizado, caminar airoso y descomplicado…Pasé la
acera y me acerqué a la muchacha que al saludarla, me dijo sin complicaciones la tarifa que
cobraba y los servicios que prestaba. Yo sonreí y le dije que gracias, pero que
no quería ir en ese momento con ella, sino proponerle un trato, y le pregunté
que si estaba dispuesta a escucharme unos segundos…luego agregué, que si era
por plata la ayudaría inmediatamente con un billete que tenía listo en la mano,
y se lo ofrecí, ella lo recibió y me dijo que de qué se trataba.
Comencé
preguntándole que si sabía conducir un auto, a lo cual respondió
que no. Le dije: que si estaría dispuesta a hacer o tomar un curso de
conducción, que una vez que lo terminara, la fundación que yo dirigía le daría
un taxi para que lo condujera, y que el interés principal era que saliera de la vida que llevaba, y que dejara las calles. Al instante la chica
me dijo que quién era yo, y que qué lograba con
la ayuda que le ofrecía. Le repetí, que pertenecía a una fundación de vida
interesada en dar algunas oportunidades a la gente de la calle.
La chica me
dijo: que su “levante diario” era de aproximadamente una sexta parte de un
salario mínimo, y que si ella tomaba el curso de conducción que a qué horas
trabajaría. Le respondí que la fundación le solventaría un dinero diario para sus necesidades, toda vez que ella asistiera a tomar las clases
del curso diariamente, el cual sería
también pagado por la fundación. Cuando acabé de decir las últimas palabras,
miré que otras personas de la cuadra comenzaban a acercarse para ver de qué se
trataba la conversa, por lo cual invité a la niña a tomar algo cerca, para ultimar los detalles de la oferta.
Entramos en
una cafetería cercana, y le pregunté que si quería desayunar, a lo cual dijo
que sí, por mi parte pedí una aromática para acompañarla. En un momento
desfilaban por mi cabeza mil y un interrogantes, reproches, vergüenzas y otros.
Pero el interés mío era poder brindar una
ayuda desinteresada a alguien, sin importar quién, antes de mi posible muerte.
Esa fue la
primera ayuda que planeé, luego vinieron otras, como la de construir un número importante de viviendas para
trabajadores de la calle, vendedores y otros, llevar a ancianatos o albergues a personas que dormían
en la calle, y dejar algún dinero anónimo en fundaciones y sitios de
beneficencia…
En el pasado
nunca había hecho nada por nadie, sin que existiera un claro interés de por medio, y así fue que hice mi
fortuna. Pasando sin importar por encima
de todos, muchos de los cuales se vieron reducidos a mis caprichos de
posesión descontrolada… Pero eso fue después de aquel incidente que me volvió duro e insensible…la muerte de
mi primer hijo en la calle a manos de
delincuentes comunes… por robarle
sus pertenencias.
Desde allí
comencé a buscar asociaciones raras y dudosas, primero para tratar de vengar la
muerte de mi hijo, y luego ingresé en todo tipo de negocios sucios e ilegales,
pero todo dentro de la formalidad, sin dejar rastro de ningún tipo, amparado
por la misma ilegalidad que proveen las leyes. Ingresé en los negocios de
préstamo de dinero rápido; junto con socios de gran importancia financiamos
guerras y revueltas en el extranjero… incursionamos en negocios de armas y
droga, trata de blancas y otros…
Luego le
dije a la muchacha, que si estaba dispuesta a tomar el curso de conducción,
arreglaría ese mismo día la matrícula y el valor del mismo, y que los demás estimativos
de la oferta se harían efectivos si ella
asistía a las clases, y que por acuerdo con el dueño de la Academia, sería
éste, quien luego de verificar su
asistencia y los logros alcanzados en el mismo curso, le entregaría el dinero diario acordado.
Le dije a la
chica, que para su confianza, la oferta que la fundación le estaba haciendo a
ella no alcanzaba para todas, y que en otras ciudades ya habíamos logrado
resultados favorables con otras personas escogidas como ella, que tales mujeres
habían dejado atrás su actividad sexual en las calles, y que ahora estaban
realizando actividades sanas y legales de trabajo.
La chica se
sirvió el desayuno con algo de gusto, miré que tenía algunos modales, y que no
era de las personas que pedía o exigía mucho, me decía entre mí que si lograba
el objetivo podría convertirse en una buena chica. En la cafetería yo
estaba sentado de espaldas a la calle, y
por un espejo que estaba en lo alto
frente a mí, miraba a ratos que algunos curiosos amigos o conocidos de ella se
acercaban a husmear desde la puerta, y
seguían.
Dentro de mí
había calculado ya todos los movimientos que haría en caso de que la chica
aceptara la oferta, porque de alguna manera lo que estaba haciendo era una
inversión, y buscaría con alguna argucia empresarial que ésta diera buenos
resultados.
Todo quedó
concretado. Yo supervisaría la
asistencia de Carla al curso de conducción por intermedio y en acuerdo con el
dueño de la academia, éste le daría el dinero ofrecido una vez terminada cada
una de las clases. De la chica solo pregunté su nombre, y eso era todo lo que
me interesaba… Pasaron tres meses y el curso había llegado a su fin, Carla
podía conducir de manera satisfactoria, y según el dueño de la academia y los
instructores había resultado una buena alumna.
Venía ahora
la segunda parte del ofrecimiento la del trabajo en el taxi. Desde el día en
que hice el contrato del curso y la oferta a la muchacha no la había vuelto a
ver. Llamé al dueño de la academia para verificar los detalles de la finalización
del curso y los créditos, y le solicité que por su conducto le dijera a Carla
que la esperaba al siguiente día en otra cafetería, y que me hiciera llegar a
la oficina los documentos relacionados con el curso para ultimar detalles. Al
siguiente día, saqué algún tiempo para
la entrevista con la chica, y me dirigí
a la cafetería. Al llegar noté que la
muchacha no había llegado, pedí una aromática, y esperé.
Pasaron tal
vez tres o cuatro minutos… estaba ensimismado en mis pensamientos cuando la
muchacha llegó hasta donde la esperaba, me
saludó, y la invité a que se sentara.
No quise mostrar
sorpresa, pero la chica había cambiado, ya no era la chica vulgar que había
conocido tres meses atrás, vestía de manera normal sin ser tan insinuante, y
usaba poco maquillaje.
Le dije que
la felicitaba por haber terminado satisfactoriamente el curso, y por el cambio
que miraba en ella.
Ella
respondió que también agradecía por la ayuda, y que ahora ya no era callejera,
que había cambiado de vida e incluso de sitio de vivienda, y que el aporte que recibía de la fundación le alcanzaba para vivir de una manera decente, entre otros
me dijo que vivía con su mamá y que tenía un niño de tres años.
Mientras la
chica se tomaba un jugo que había pedido, le dije que si estaba dispuesta a
seguir con la oferta de cambio de vida, y que si eso era así, por mi parte la
oferta seguía en pie mirando los resultados de su cambio. Ella me dijo que
seguiría adelante, y que desde cuándo le daría el taxi para trabajar. Yo le
contesté que desde los primeros días del siguiente mes, y que si no tenía
inconveniente, tomara por quince días el
carro de la empresa con el setenta y cinco por ciento del aporte que le había
estado haciendo la fundación hasta ese momento, efectivo en pagos semanales.
Que el trabajo de conducir el carro de la empresa, no era duro ni pesado, y que
según su comportamiento, en los primeros días del mes siguiente le entregaría el taxi.
…Ella
contestó que tomaría el trabajo para ver cómo era, y que si no le gustaba o que
si éste le presentaba algún
inconveniente, me lo diría.
Salimos de
la cafetería, y desde ya la invité para que condujera el auto estacionado en el
parqueadero. Ella tomó las llaves que le
ofrecía, quitó el seguro, abrió las puertas, y se dispuso al volante para
conducir. Me senté a su lado, y algo asombrado pensaba que aquella inversión
hecha al azar y sin planeación, hasta el momento, estaba dando buen resultado.
Raro, mirando la sonrisa de la muchacha,
me recordó a alguien del pasado, paré allí, y no quise ir más allá en mis
pensamientos.
Carla
condujo el auto como experta, escuchaba, recibía e interpretaba de manera clara
las indicaciones que yo le daba. Tenía
una forma tranquila de encarar y sortear las dificultades del tráfico en las
calles, y además mostraba respeto y consideración con los peatones. Luego de hacer varias gestiones con
abogados y en oficinas públicas, se
había acercado la hora del medio día, por lo cual la invité a almorzar a la
conductora, con la condición que pagaría
una comida adicional para su madre y su hijo.
Llegamos a
un restaurante de alguna calidad, luego de dejar el auto en un parqueadero. Me
dijo que en adelante la llamara Jenny, y sin preguntar así lo hice. Pensé que tal
vez ese era su verdadero nombre, y al disimulo saqué y miré el documento de contrato con la
academia de conducción, y efectivamente
así era, enseguida entregué a Jenny los créditos y documentos del curso que me
habían entregado de la Academia de Conducción.
Sentados a
la mesa pedimos el menú, escogimos cada cual la apetencia, y ella me preguntó
que a qué fundación pertenecía. Le respondí que a la del Sagrado Corazón, a lo
cual ella guiñó sus ojos con alguna picardía y sonrío, luego nos dispusimos a
comer. Entre los tiempos de la comida, me platicó que tenía intenciones de
terminar el bachillerato y seguir una
carrera. Y me mostró la imagen de su hijo en el fondo de su celular…
Detallando
al niño recordé algunas imágenes del pasado, el chino tenía algún parecido con mis fotos de niño...
Acostumbrado a no inmutarme ante emociones o sentimentalismos, disimulé la
impresión, y volví a la charla de su estudio, y le dije que era muy
bueno que siguiera estudiando, y que siempre, que lo que ella planeara para su vida se ajustara a las reglas del buen vivir, la Fundación la seguiría apoyando.
Terminada la
comida, salimos del lugar, le dije que condujera, que me llevara a un
determinado sitio. Me despedí y le dije que la esperaba allí mismo con el auto
a las 2.30 P.M. Cuando me bajé del auto, noté que ella miraba a todo lugar como
queriendo descubrir si en el sitio que me dejaba estaba cerca de mí casa o algo
parecido…
Pero no, no estaba
cerca de mi casa, iba a visitar a una anciana que vivía pasando el pequeño
parque… y ésta era otra de las obligaciones humanitarias que había adquirido en
los últimos meses…
Antes de las
2.30 estuve en el lugar convenido donde Jenny me recogería, tomé el auto y me
senté en la banca de atrás porque sentía malestar, y le dije que me condujera a
la empresa…En el camino pensaba que muchas de las cosas que hubo por arreglar,
en el momento ya estaban resueltas…la conductora tendría el taxi prometido en
la próxima semana para su manejo, dentro de las condiciones propias de un
asalariado…pero había algo dentro de mí que robaba mis pensamientos…Traté de
ahondar más en el origen de Jenny, y con la excusa de llenar ciertos requisitos
le pedí alguna documentación personal que me dijera quién era su madre, o sus
padres…y con esta documentación en las
manos, me remití a la década del ochenta, en la cual, durante el embarazo de mi
tercer hijo, había tenido una emotiva aventura con una secretaria de una de mis
empresas, la cual demostró siempre ser muy sentimental, y la que luego de una
discusión que tuvimos, desapareció…luego,
alguien me enteró que se había ido embarazada…
Jenny era mi
hija, y su madre había sufrido una lesión que apenas le permitía hacer cosas menores…Lo primero sería comprar
una casa en un barrio discreto tipo 3 o 4, además del mismo taxi que lo
recibiría como legado, y un pequeño fideicomiso para los estudios del niño…Los
documentos deberían quedar en regla y
registrados, y con orden expresa y
confidencial al abogado.
Desde hace
quince días que no salgo de la casa, paso horas sentado cerca al ventanal…mientras
no estoy drogado…La enfermedad según el último diagnóstico se ha expandido en
un triángulo de muerte: páncreas, próstata, y base de la columna. El conductor
dice que preguntan por mí…sus órdenes son decir que estoy de viaje…de la hora
crucial, todos se enterarán…el dolor es intenso…
EDWARD
BELLOUM. 014. Smo. De Oscar Belalcázar.
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